Illia, el de la revolución inesperada

Rodrigo Estévez Andrade

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Arturo Illia fue todo lo que un hombre que transita la política puede ansiar ser. A pesar de los muchos quiebres institucionales de la Argentina del siglo pasado, en la provincia de Córdoba que lo adoptó, fue senador provincial de la Unión Cívica Radical, en 1936, y posteriormente vicegobernador de Santiago del Castillo, en 1940, hasta el golpe de 1943.

Perdió la elección a senador nacional de 1946 y saltó a la escena nacional en los comicios de 1948 para integrar como diputado el mítico bloque de los 44, junto a Ricardo Balbín, Arturo Frondizi y Alfredo Vítolo, entre otros. En 1951 cayó derrotado por el peronismo en la elección a gobernador y volvió a perder en 1958 su candidatura a senador, a manos de la UCRI, aliada al peronismo.

Derrotó al neoperonismo del Partido Laborista en las elecciones a gobernador de 1962, pero otro quiebre institucional le impidió hacerse cargo de la Casa de las Tejas. Un año más tarde, el 12 de octubre de 1963, asumió la máxima responsabilidad a la que pueda aspirar un hombre político, la Presidencia de la Nación.

Illia fue electo por uno de cada cuatro votantes en una jornada donde Juan D. Perón, desde su exilio en la España de la dictadura franquista, ordenó votar en blanco. La UCRP obtuvo el 25,2% de los sufragios y triunfó en 13 distritos. El peronismo, en franca caída, con el llamado a votar en blanco solo alcanzó el 19,4%, debajo del 24,7% de las elecciones de 1957 y del 25,2% de 1960.

Para el francés Alain Rouquié, Illia recibió un apoyo que iba "desde los conservadores hasta los comunistas, pasando por los neoperonistas". Su gobierno no solamente fue austero, también fue una verdadera revolución democrática en la administración de los recursos públicos.

La campaña electoral se basó en dos pilares: el rechazo a las imposiciones del Fondo Monetario Internacional, y la denuncia de los contratos petroleros del Gobierno de sus ex socios, Frondizi y la UCRI. Sus prioridades fueron la salud y la educación. Estableció una política nacional de medicamentos innovadora que impuso precios fijos y límites a las ganancias de los laboratorios. Llevó agua potable a dos millones de habitantes de las zonas rurales y puso en funcionamiento 300 centro materno-infantiles.

Durante sus tres años en el poder, Argentina registró una cifra sin precedentes de inversión en educación y cultura que representó el 25% del presupuesto nacional. El Gobierno de la UCR multiplicó la suma invertida en construcciones escolares por nueve e instaló 1500 comedores para los más chicos. El nobel de Química argentino, Luis Leloir, consultado, años más tarde, aseguró: "La Argentina tuvo una brevísima edad de oro en las artes, la ciencia y la cultura, fue de 1963 a 1966".

Rechazó enviar tropas a República Dominicana para apoyar la intervención norteamericana en 1965, sostuvo los principios yrigoyeneanos de no intervención y autodeterminación de los pueblos. En su mensaje inaugural frente al Congreso fue terminante: "No habrá para nosotros países grandes que debamos seguir, ni países chicos a los que debamos dirigir".

Así, su Gobierno es el constructor de una fecha histórica en la diplomacia argentina. El 16 de diciembre de 1965 la Asamblea General de la ONU aprobó, por 94 votos a favor y ninguno en contra, la obligación de que el Reino Unido iniciara tratativas con nuestro país por Malvinas.

Redujo la deuda externa en una tercera parte y también la tasa de desempleo, que se ubicó en el 4,4% en 1965. Mientras tanto, aumentó el PBI de 1965 en un 7,8 por ciento. Los números de la macroeconomía también llegaron a derramarse en la construcción de una sociedad más justa: la participación de los trabajadores en el ingreso bruto, del 36,5% en 1963 la elevó al 41,4%, la participación de sueldos y jornales.

Su relación con las corporaciones no fue buena. La Iglesia Católica, las Fuerzas Armadas, los sindicatos de la CGT burocrática y los tradicionales medios de comunicación lo combatieron.

El día posterior a ser derrocado por un golpe "con olor a petróleo", como aseguraron muchos, volvió a ingresar a la Casa de Gobierno. Lo hizo para efectuar, ante el escribano general de gobierno, su declaración de bienes personales. Ese fue don Arturo Illia. Su legado traza un abismo. Había ingresado con 300 mil pesos en su cuenta bancaria y se iba con su cuenta en cero. Tenía un auto al iniciar su mandato y debió irse en taxi. Mientras los gastos reservados de sus tres años de gestión fueron devueltos en su totalidad.

Un 18 de enero caluroso del año en que retornó la democracia definitivamente a la Argentina, Illia se despidió por la puerta grande de la historia. Fue velado en el Congreso de la Nación y, a pesar del receso veraniego, una multitud acompañó sus restos día y noche.

En octubre de 1982 había declarado, en un reportaje realizado por Mona Moncalvillo para la Revista Humor: "Lo que hace falta es aplicar la Constitución, nada más. No hay que pensar en magias ni en milagros. El único milagro posible en nuestro país, después de tanto tiempo, es que se cumpla la ley".

Tal vez solo de eso se siga tratando la democracia.

El autor es periodista.